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Mensaje por vidanueva Sáb 11 Mayo 2013, 6:06 pm

[TANATOLOGÍA]

MAS ALLA DEL UMBRAL
Por Alejandro Agostinelli

La vida después de la muerte ha dejado de ser monopolio de las grandes religiones. Hoy, la idea parece desbordar las fronteras de la fe. ¿Pero existen realmente pruebas de que al traspasar el umbral nos espera el Paraíso? La ciencia propone un modelo para comprender lo que pasa en el cerebro durante las llamadas Experiencias Cercanas a la Muerte.


“El día en que se le detuvo el corazón, Nunzio Sanfilippo yacía en la cama de un hospital porteño. Luego, el apagón. Cuando volvió a abrir los ojos, se acercó a la ventana, y ahí lo esperaba el espectáculo más hermoso del mundo: la copa de un árbol, un pedacito de cielo. Mientras su conciencia osciló entre la vida y la muerte, tuvo una visión: “Vino hacia mí una luz muy potente y sentí que me elevaba a través de un túnel. No sentía el peso del cuerpo y un inmenso bienestar. Al fin del recorrido, una voz me dijo: ‘Yo sé por qué viniste. Pero aquí no lo vas a encontrar porque está en todas partes. Yo soy Jesús. Perdona a los que te han hecho un mal y vas a vivir con mucho amor’. Después creo que regresé, porque todo terminó”.
El testimonio de Nunzio, un simpático italiano radicado hace años en la Argentina, es uno entre miles que vivieron la misma experiencia. ¿Cuán real fue esa visión? “No ví aquello con mis ojos físicos -recuerda- sino con los ojos de la mente. Pero jamás voy a olvidar esa voz”. Desde el punto de vista del relativismo cultural -según el cual la importancia de estos fenómenos se mide por sus efectos psicosociales, más allá de sus eventuales causas fisiológicas-, no interesa tanto determinar si Nunzio espió el otro mundo o no como ver en qué medida le afectó la experiencia. Para Nunzio, aquello fue demasiado real. Tanto que le cambió la vida.
Uno de los desafíos que proponen estas controversias, en todo caso, consiste en establecer los diferentes niveles de beneficio que obtienen cada una de las partes: los protagonistas descubren que su vida ahora posee una dimensión espiritual; los antropólogos pueden estudiar la imaginería asociada a la muerte en culturas diferentes; los científicos de la mente tienen la oportunidad de aprender más sobre el funcionamiento del cerebro en situaciones de estrés y, por último, algunos escritores pueden aprovechar la moda para montar una fábrica de ilusiones: sólo un necio se negaría a ver que recoger estas historias en crudo bajo el título La muerte no existe, por ejemplo, constituye un éxito editorial garantizado.

LA EXPERIENCIA ESENCIAL
Lo cierto es que, durante años, el estudio de las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) se dividió entre quienes las consideran la única evidencia disponible de la existencia de un paraíso más allá de este mar de lágrimas y entre quienes se limitan a considerarlas meras alucinaciones producidas por el cerebro moribundo, no más interesantes que un sueño especialmente vívido. Más tarde, la doctora Susan Blackmore propondría una “tercera posición” .
Los primeros defensores de las ECM como prueba de la superviviencia del alma fueron el doctor en filosofía y medicina Raymond Moody, autor de Vida después de la vida (1975) y la doctora Elisabeth Kübler Ross. Pese a que sus libros tuvieron un carácter más anécdótico que científico, fueron quienes llamaron la atención sobre el tema. A principios de los ‘80, el doctor Kenneth Ring, un psicólogo de la Universidad de Connecticut, fundó la primera asociación dedicada al estudio de estas experiencias. En una encuesta a 102 personas que estuvieron al borde de la muerte, descubrió que el 50 por ciento de ellas habían vivido lo que llamó una “experiencia esencial”. Más tarde realizó los primeros estudios comparativos con experiencias extraordinarias afines: en 1987, en el curso de su Proyecto OMEGA, notó sugestivas correspondencias entre las ECM y los relatos de abducidos por extraterrestres. Los paralelismos existían, tanto como los cambios vitales de los protagonistas. Pero, dejándose llevar por el entusiasmo, desestimó la búsqueda de explicaciones neurofisiológicas e interpretó a éstos como la expresión de un salto en el nivel evolutivo de la especie, o un síntoma de “chamanización de la humanidad moderna”.
Al principio, menos contaminado por sus convicciones metafísicas, Ring bosquejó el primer mapa del fenómeno (paz, separación del cuerpo, ingreso en el túnel, visión de la luz e ingreso en la luz) y encontró que las últimas etapas eran alcanzadas por menos gente, lo que significaba que existía una secuencia ordenada de experiencias aguardando desarrollarse.
Este hallazgo impuso el criterio de que la estructura de las ECM representaba algo más que una simple alucinación. Los partidarios de esta explicación -el psicólogo canadiense James Alcock y Robert Kastenbaum, de la Universidad de Arizona- compararon estas experiencias con las alucinaciones inducidas por drogas, donde aparecen formas como el túnel, el espiral, la trama o red cristalina y la telaraña, descriptas por Heinrich Klüver en 1930 y profundizadas por Ronald Siegel en los ‘70. Para ellos, los patrones repetitivos reportados podían ser moldeados por el recuerdo de casos similares que los resucitados pudieron haber leído o escuchado en los medios.
¿Todos los que estuvieron próximos a la muerte revivieron una ECM? Una encuesta realizada por Gallup en 1982 estimó que uno de cada siete adultos ha estado cerca de morir, y que de éstos, uno de cada veinte vivió una ECM. En contra de lo que se cree, no hace falta haber estado al borde de la muerte para pasar por la experiencia: ha sido descripta por personas que han tomado ciertas drogas, estaban muy cansadas o estaban llevando sus actividades ordinarias. Lo mismo sucede con el túnel: “Esta visión -escribe Blackmore- puede ser experimentada en la epilepsia y la migraña, al quedarse dormido, al meditar o simplemente al relajarse, aplicando presión en ambos globos oculares y con ciertas drogas como LSD, psilocibina o mescalina”.

NO TE MUERAS NUNCA, SUEIRO
En "Más allá de la vida" (1990), Victor Sueiro le dedicó un libro entero al tema evitando mencionar las hipótesis científicas propuestas para explicar las ECM. En "La Gran Esperanza" (1991), su segundo libro, el periodista que volvió de la muerte batió su propio record, porque las citó... pero al sólo efecto de descalificarlas.“La neurología -escribe- ensayó hace un tiempo una posibilidad de que el cerebro segregue una sustancia (que desconocen, claro) que provoque esas ‘visiones’. Pero el asunto parece no caminar ya que 1) nunca hubo manera de comprobar semejante cosa; 2) durante una muerte clínica, es imposible alucinar, sólo es posible en estado conciente”. (p. 168-9).
Ya en 1989, el doctor Karl Jansen, en el British Medical Journal, propuso que la falta de oxígeno en el cerebro puede inducir fenómenos alucinatorios vinculados con las ECM: cuando la irrigación se altera se produce un desbalance catastrófico en la actividad eléctrica del cerebro, ya que desaparecen mecanismos inhibitorios y, al mismo tiempo, se produce una liberación y acumulación del glutamato, el principal neurotransmisor excitatorio de la corteza cerebral.
Ahora bien, ¿pueden estas experiencias suceder durante la llamada muerte clínica? “No es posible dar una respuesta confiable sobre el momento preciso en que sucede la ECM. ¿Ocurre luego de detenido el corazón? ¿Más tarde? ¿O incluso durante la fase de recuperación?”, se pregunta el doctor Fernando Saraví, biofísico de la Universidad de Cuyo. “En cualquier caso -responde- es imposible afirmar que una persona que ha sido reanimada ha estado ‘muerta’ en el sentido técnico del término. Uno o más paros cardíacos, o un electroencefalograma plano, no constitituyen en sí muerte. Hasta las células cerebrales, las más sensibles, sobreviven algunos minutos”.

TEOLOGIA DEL NEUROTRANSMISOR
El doctor Ernesto Gil Deza, un oncólogo con años de experiencia en la atención de enfermos en situaciones terminales, hizo constar en las historias clínicas de varios ex pacientes relatos de ECM con curiosos elementos proféticos. “Un sábado, un paciente que estaba con un cáncer gástrico avanzado me dijo: ‘Anoche se me apareció Jesús y me reveló que el domingo me iba a venir a buscar’. Le pregunté si no había sido un sueño. ‘No -me contestó- yo siempre imaginé a Jesús de blanco, y esta vez llevaba una túnica celeste. Creo que mañana me voy a morir’. Entonces le dije: ‘Si fuera así, ¿en qué lo puedo ayudar?’ Me pidió que le transmitiera al hijo que buscara un cura. Se lo trajo y el hombre murió el domingo”. Gil Deza rescata, en estos casos, la aceptación apacible de la muerte y la súbita conciencia de su proximidad. “¿Están tranquilos porque el cerebro libera endorfinas o por el sentido que le dan a su experiencia? Probablemente ambas circunstancias convergen en un mecanismo neurológico de alerta desatado ante el máximo estrés posible”.
En 1989, los investigadores Saavedra-Aguilar y Gómes-Jería, en el Journal of Near Death Studies, sugirieron que el estrés cerebral posterior a un episodio próximo a la muerte lleva a la liberación de neuropéptidos y neurotransmisores (en particular endorfinas u opiáceos endógenos) que estimulan el sistema límbico, lo que explicaría los estados emocionales positivos habitualmente asociados con estas experiencias.
Gil Deza, católico practicante, separa su fe religiosa de la ciencia y asegura haber identificado las razones por las cuales mucha gente parece incapaz de tomar distancia de la experiencia. “No juzgo a los que interpretan estas vivencias desde la fe. En mi caso, no me sirven para tener más fe. No las necesito. Si creo que son evidencia del más allá y se prueba que estoy equivocado, perdí. Mi fe espera un premio a mi conducta, no a mi credulidad”.

Frente a las declamaciones de quienes promueven a las ECM como evidencia de la migración del alma, Gil Deza recomienda no incurrir en la ‘teología de café’. “Si durante estas experiencias cada uno ve a su profeta, hay contradicciones insalvables o debemos aceptar el politeísmo”. El oncólogo se refiere a los estudios que prueban que las influencias culturales alteran el contenido de la experiencia: los protagonistas de ECM nunca describieron símbolos o deidades de una cosmovisión religiosa diferente de la propia. “Por eso yo diría -continúa Gil Deza-: ‘Señores, déjense de embromar: las ECM no son un certificado de vida eterna’. La perspectiva científica es, en estos casos, mucho más enriquecedora que la religiosa”.
Veinte años de investigaciones sobre las ECM han enseñado que los modelos neurofisiológicos, centrados en los mecanismos de producción del fenómeno, son complementarios a los psicológicos, que lo explican como una respuesta adaptativa frente al peligro de muerte inminente.
El religioso escepticismo de Gil Deza no le impide ver que estas experiencias pueden ser aprovechadas para mejorar la calidad de vida de los enfermos: “El paciente necesita más de la capacidad de escucha del médico que de nuestro discurso. Hay casos en que hipermedicar o quitar la conciencia no ayuda, pues los dejamos sin la posibilidad de expresar vivencias que, disparadas por mediadores bioquímicos, pueden estar facilitando una muerte pacífica”.
Las discusiones científicas sobre las experiencias en el umbral de la muerte acaso no enseñen mucho sobre el mundo de los espíritus. Pero nos pueden conducir a fascinantes descubrimientos sobre cómo mejorar el mundo de los vivos. No es poca cosa, aunque más no fuera por una cuestión de prioridades.

Primera publicación: revista DESCUBRIR Año 7 N° 76, noviembre de 1997
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