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Mensaje por Evangelista Jue 03 Ene 2013, 5:05 pm

Misionera Gladys Aylward

Gladys Aylward -  La valentia de ser misionera en China.  Gladys10

Una extraña semana, la más extraña en la vida de la misionera Gladys Aylward, la pasó en las montañas de China, en un templo tibetano …

Una aventura de fe propiciada por la oración de un grupo de jóvenes creyentes…

Una maravillosa obra de Dios más allá de las fronteras de lo conocido, donde el amor de Dios llegó a conmover los cimientos de una religión milenaria.

Desde hace mucho los esperábamos para que nos hablen de ese Dios que ama

– dijo con un extraño acento el lama tibetano, mientras hacía ademanes corteses a los misioneros para que le siguieran.

“El corazón de la misionera Gladys Aylward comenzó a palpitar aceleradamente.

Había estado por más de una década en la China, y estaba habituada a que Dios le deparara sorpresas, pero pocas veces había tenido un encuentro más extraño.

Miró con estupor al anciano doctor Huang, que le acompañaba, pero él estaba tan sorprendido como ella.

“Por ahora no había mucho que hacer ni en qué pensar, excepto seguir al monje por el sendero que les señalaba.

Al llegar a la cúspide de la colina vieron una escena que les quitó el aliento.

En un entorno de una exuberante vegetación se levantaba un edificio imponente y majestuoso:

Era un lamasario.

“Al franquear la enorme puerta, la pequeña misionera no pudo dejar de pensar:

Ya estamos adentro, pero ¿volveremos a salir alguna vez?

Un grupo de lamas les saludó con suma cortesía y les condujo a una habitación, mientras otros llegaban con agua, almohadas y platillos con exquisitos manjares.

““Esto parece un sueño” – pensó Gladys Aylward.

Una pequeña camarera inglesa

“Gladys Aylward había sentido tempranamente el deseo de viajar a China para ayudar a la evangelización de ese gran país.

A poco de convertirse a Cristo había solicitado el ingreso en una sociedad misionera, pero fue rechazada por sus bajas calificaciones.

Sin embargo, su deseo fue tan fuerte que decidió viajar sola, después de orar intensamente y de hallar en las Escrituras suficientes señales que le guiaban en tal sentido.

“Su anhelo se vio confirmado cuando supo que una anciana misionera en China –Jeannie Lawson, de 73 años– estaba orando para que Dios le enviase una persona joven que pudiera continuar la obra que ella realizaba, pues presentía que su partida estaba cercana.

Cuando Gladys lo supo, dijo simplemente:

—Muy bien, esa persona soy yo.

“Después de muchas peripecias en un largo viaje en tren y luego a lomo de mula, llegó a Yang-Cheng sana y salva.


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Mensaje por Evangelista Jue 03 Ene 2013, 5:26 pm

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“Allí colaboró primero con Jeannie Lawson, y la sucedió en su obra, después de la muerte de ella.

Cuando ya su situación se tornaba insostenible en ese lugar, el Señor le proveyó un empleo en el gobierno regional, que le permitió recorrer toda esa vasta región ¡predicando el evangelio con toda libertad!

“En años posteriores había sentido la dirección de Dios para formar un rústico orfanatorio, en el cual había sustentado a más de cien niños abandonados, además de muchos heridos que la guerra iba dejando, no sólo entre los chinos sino también entre sus enemigos.

Pero ahora, ¿cómo había llegado ella hasta aquí?

El poder de la oración

“Hacía no muchos días atrás, mientras servía con unos misioneros ingleses en Fenghsien, fue invitada a hablar sobre la obra misionera en una conferencia de jóvenes.

Se trataba de un grupo de entusiastas cristianos que habían tenido que huir por la guerra, y que ahora la buscaban oportunidad de instruirse para servir al Señor.


Sin embargo, cuando las conferencias ya comenzaban, Gladys enfermó otra vez, y no pudo participar en ellas.

Debió guardar cama por tres semanas.

Un día, mientras estaba allí tendida, escuchó murmullos en el cuarto contiguo.

Se levantó silenciosamente, y vio que había un grupo de estudiantes que oraban en torno a un mapa por los lugares que al azar iban apuntando con el dedo.

Esto lo hicieron por varios días.

“Ellos no podían ir a esos lugares, ¡pero sí podían orar para que Dios enviara a quien estuviera en condiciones de hacerlo!

Gladys sintió que ella debía ir.

“Y, en efecto, lo hizo.

Durante varios días recorrió aldeas, predicando.

Los cristianos que allí había la recibían alborozados.

Sin embargo, cuando llegó a la última aldea del distrito y manifestó su deseo de ir más allá, todos le aconsejaron que no siguiera.

—Este es el final. Más adelante no hay nada – le dijeron.

—Pero el mundo no termina ahí como lo afirman ustedes –respondió la intrépida misionera–.

- Debo seguir más adelante. Para eso he venido.

“Después de mucho porfiar logró que un hermano, el doctor Huang, la acompañara por cinco días.

Así que emprendieron la marcha.


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Mensaje por Evangelista Jue 03 Ene 2013, 5:42 pm

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Gladys Aylward -  La valentia de ser misionera en China.  Gladys12

Los cinco días se prolongaron a nueve, en los cuales compartían con todos los que encontraban a su paso. En esos lugares nunca se había predicado a Jesucristo.

“Al décimo día llegaron al pie de una montaña y no vieron en todo el día una sola alma.

¿Dónde pernoctarían? Gladys se sintió turbada.

Entonces, oraron. Ella, por su necesidad, y él porque el Señor les pusiera alguien por delante a quien compartirle de Jesús.

“Luego, ya más confiados, comenzaron a cantar. Su voz retumbaba en las paredes de la montaña. De pronto, el doctor Huang dio un salto: había visto un hombre. Se acercó a él presuroso, y vio que era nada menos que ¡un sacerdote lama tibetano!

Una extraña reunión de evangelización

“Ahora ellos se encontraban disfrutando la hospitalidad del lamasario.

“Luego del afectuoso recibimiento, y cuando ya se aprestaban a descansar, dos hombres llamaron a la puerta y les invitaron a que les siguieran.

Fueron conducidos a través de muchos patios hasta que por fin llegaron a uno muy grande, en el cual habían 500 cojines hechos de hojas de cocotero alineados en un cómodo semicírculo.

Sobre cada uno de ellos se encontraba sentado un lama con sus manos piadosamente cruzadas y su cabeza inclinada.

“En el centro había dos cojines vacíos, y hasta allí fueron conducidos.

Gladys estaba desconcertada.

¿Qué esperan que hagamos?, pensó con cierto nerviosismo.

“El doctor Huang le dijo, entonces, al oído:

—Nosotros tomaremos la iniciativa.

Póngase a cantar.

—Pero, ¿qué canto?

—Lo que usted quiera – le dijo el doctor Huang.

Con voz muy temblorosa, Gladys comenzó a cantar un himno en chino.

“Un silencio sepulcral siguió al canto.

Entonces, el doctor Huang comenzó a hablar.

Les contó acerca del Niño que nació en un pesebre en Belén; luego les habló del Salvador que murió en la cruz.

—Ahora cante usted otra vez – dijo.

De modo que Gladys cantó. Luego habló y volvió a cantar.

Habló en seguida el doctor Huang. Y luego, ella cantó y habló de nuevo.

“Los quinientos lamas permanecían impasibles sentados sobre sus cojines.

Los misioneros no podían ver sus rostros, pero ¿por qué no decían algo para dar por terminada la reunión?

Gladys estaba agotadísima.

—Dentro de un instante me voy a caer de este cojín – le susurró al doctor Huang.

—Entonces ya podemos terminar – dijo éste. Y salieron.

Más tarde supieron que como visitantes ellos tenían la iniciativa para moverse.

Las reglas de cortesía exigían que el auditorio permaneciera quieto mientras ellos estuviesen sentados.

Al poco rato, cuando Gladys se aprestaba a acostarse, llamaron a su puerta.

Era dos sacerdotes que esperaban cortésmente.

—Señora, ¿está usted demasiado cansada para hablarnos más? – preguntaron humildemente.


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Mensaje por Evangelista Jue 03 Ene 2013, 6:13 pm

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“Entraron, escucharon con mucha atención, y luego se marcharon.

Minutos después llegaron otros dos, y así sucesivamente toda la noche.

Siempre hacían la misma pregunta:

—¿Quiere explicarnos cómo y por qué murió? ¿Podría decirme por qué me pudo amar?

“Estos hombres jamás dudaron de que Dios fuese el creador del mundo; jamás dudaron del hecho del nacimiento virginal; jamás objetaron los milagros.

Para ellos fue la maravilla del amor de Dios lo que les obsesionaba.

La historia de la muerte de Cristo en el Calvario llenaba sus mentes de temor y reverencia.

A la mañana siguiente, Gladys supo que también el doctor Huang había sido visitado lo mismo que ella.

“Durante una semana, los monjes, apenas estaban libres de sus obligaciones, acudían a hacer preguntas.

La noche previa a su partida del lamasario, Gladys fue invitada para presentarse ante el gran lama, a quien hasta entonces no había visto.

“Éste era un hombre bien parecido, que estaba sentado en un hermoso cojín, y rodeado de un séquito de servidores.

Después de tocar varios temas, la misionera se atrevió a hacerle la pregunta que le comía la lengua:

—¿Por qué me dejó entrar a su lamasario, siendo yo una mujer extranjera? ¿Por qué me dejó hablar ante sus sacerdotes?

La respuesta del gran lama llenó de asombro a Gladys Aylward.

El Dios que ama

“Es una larga historia – comenzó el gran lama.

Por acá en nuestras laderas crece una hierba llamada regaliz, que mis lamas recogen y venden en las ciudades.

Cierta vez que los hombres vendían hierba en una aldea vieron a un hombre que agitaba un papel en su mano y gritaba:

—¿Quién quiere uno? La salvación es gratis y no cuesta nada. El que cree puede ser salvo y vivir para siempre. Si usted quiere saber más acerca de esto venga al salón del evangelio.

“Los lamas, completamente pasmados de tal doctrina, tomaron el folleto y lo trajeron al lamasario.

Fue entonces cuando me dieron el folleto, ahora gastado y hecho pedazos, pegado en la pared.

Véalo usted”


“La misionera lo vio, y se dio cuenta que era un folleto común y corriente, que citaba el pasaje de Juan 3:16:

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”


Eso fue todo, pero de ahí concluyeron que en alguna parte había “un Dios que amaba”.

Todos lo leyeron y lo volvieron a leer o se lo leyeron a otros.

“—Al año siguiente– continuó el gran lama– , cuando nuestros hombres llevaron la hierba a las ciudades, se les ordenó investigar dónde vivía ‘el Dios que amaba’, pero por cinco años no lograron saber más.

“Entonces, el hombre que primero recibió el folleto juró que no regresaría hasta no saber más acerca de este Dios.

Acompañado de otros lamas, siguieron su camino hasta que llegaron a Len Chow.

Allí vieron en la calle a un hombre de porte distinguido y le hicieron la pregunta acostumbrada:

—¿Puede usted informarnos dónde vive el Dios que ama?

—Oh sí – contestó él.

– Váyanse ustedes por esa calle hasta llegar a una gran entrada con tres signos sobre ella:

Fe, Esperanza y Amor.

Allí le hablarán acerca de ese Dios.

“Gozosos llegaron a la pequeña casa de la Misión al Interior de la China e hicieron la misma pregunta a un evangelista chino.


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Mensaje por Evangelista Jue 03 Ene 2013, 6:45 pm

Gladys Aylward -  La valentia de ser misionera en China.  Gladys13

El les dijo todo lo que pudo, y les regaló a cada uno una copia de los Evangelios.

“Ansiosos regresaron al lamasario y leímos los relatos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Creímos todo lo que contenían los evangelios, aunque por supuesto muchas cosas no las pudimos entender.

Pero un versículo nos pareció de importancia especial.

Cristo había dicho:

“Id por todo el mundo y predicad el evangelio”.

Entonces, sencillamente alguien tenía que venir a decirme más acerca de este maravilloso Dios.

Todo lo que teníamos que hacer era esperar, y cuando Dios mandara un mensajero, estar listos para recibirlo.

“Esperamos tres años más.

Entonces dos lamas, que recogían palitos allá en la falda del cerro, escucharon que alguien cantaba.

‘Estos son los mensajeros que estamos esperando’, dijeron.

Sólo las gentes que conocen a Dios cantan.

“Mientras uno regresó para decirnos que nos preparáramos para recibir a nuestros largamente esperados huéspedes, el otro se fue a encontrarlos junto a la falda del cerro.”

Fruto para la eternidad

“Poco después de esto, el lamasario fue destruido por los comunistas, y los 500 lamas fueron arrojados de allí.

¿Qué fue de ellos?

Después de lo que los misioneros vivieron allí, ellos no tienen ninguna duda de que muchos de ellos recibieron la salvación.

Dios había preparado el terreno; el doctor Huang y la pequeña misionera podían sentirse agradecidos porque Dios los había usado como mensajeros.

Sin embargo, sólo en la eternidad ellos habrán de saber el verdadero resultado de esa, la más extraña semana jamás vivida.


(Adaptado de La pequeña mujer en la China, por Gladys Aylward)


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Mensaje por Natalieee Vie 06 Sep 2013, 10:21 pm

"LA VIDA AQUI ES TAN PENOSA, LAS MUERTES FRECUENTES. EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO SON TAN COMUNES, PERO YO NO ESTARÍA EN NINGÚN OTRO LUGAR. NO DESEES QUE ME VAYA DE AQUI NI INTENTES SACARME, PUES NO HUIRE DURANTE ESTA TRIBULACIÓN. ESTA GENTE ES DEL PUEBLO QUE DIOS ME HA DADO Y YO VIVIRÉ O MORIRÉ CON ELLOS POR EL Y PARA SU GLORIA! " Gladys Aylwar Misionera en China 1902 - 1970




"¡Tú conoces las montañas! ¡Tienes que hacerlo!"- Gladys miró fijamente al oficial intentando entender las implicaciones de sus palabras. 
Nadie en realidad esperaba que aceptara el desafío; no solo por el hecho de ser mujer soltera y extranjera, sino también porque los japoneses habían puesto precio a su cabeza. 
Gladys miró fugazmente a los niños que jugaban detrás del ejército chino y lentametne asintió con su cabeza. 
La defensiva china se estaba viniendo abajo ante el feroz ataque de las fuerzas japonesas y el país estaba sumido en el caos. 

Separados de sus familias por la guerra, la vida de cien niños estaba en peligro debido al avance del ejército japonés. Gladys accedió a conducirles a través de unas montañas plagadas de peligros hasta una zona segura. 
Su conocimiento de las montañas lo debía a la etapa en la que trabajó como inspectora de gobierno. Gladys solía desplazarse a pie, de aldea en aldea, para comprobar que se cumpliese la ley que prohibía la antigua costumbre de vendar los pies de las niñas para limitar su crecimiento. Al mismo tiempo predicaba el evangelio en forma no oficial. 

Gladys era muy conocida y respetada en toda aquella provincia, lo cual le permitía trabajar en su llamado misionero en una vasta área.Y aunque nunca había dudado de su llamado a China, Gladys mantenía una intensa lucha interior en dos aspectos: su deseo de contraer matrimonio (algo que nunca llegó a realizar) y sus sentimientos de inseguridad a lo largo de su carrera misionera.
 

Le resultaba difícil comprender cómo Dios le había confiado responsabilidades tan grandes. No obstante, ella siguió obedeciendo su llamado. 
Rechazada como candidata misionera, Gladys compró su propio pasaje en tren transiberiano y entró sola a China. 

A pesar de las inequívocas señales de una guerra inminente, Gladys solicitó la ciudadanía china y se ofreció para servir a su nuevo país en todo lo que le fuera posible. 
El rescate de niños es apenas un ejemplo. Su fe en Dios le permitió identificarse con el pueblo chino en unos años difíciles y violentos. Durante todo ese tiempo nunca dejó de señalar el camino al Príncipe de Paz.


Gladys Aylward, hija de un cartero, nació cerca de Londres 1902.
Cuando tenía 18 años asistió a una reunión de avivamiento en la cual el predicador invitó a dedicar las vidas a Dios.
Gladys respondió al mensaje, y pronto después se convenció de que tenía el llamado para predicar el evangelio en China. 

Cuando tenía 26 años intentó ingresar a la Misión a China pero no fue aceptada.
Sin rendirse, ella trabajó duramente y ahorró dinero.
Entonces oyó hablar de una misionera de 73 años, la señora Jeannie Lawson, que buscaba a mujer más joven para continuar su trabajo.
Gladys escribió a señora Lawson y fue aceptada por ésta, con la condición de que debía costearse los gastos del viaje de Inglaterra a China.
Debido a que ella carecía de fondos suficientes como para pagar el precio de la travesía en barco, se propuso viajar por tierra, en tren.

En octubre de 1930 inició su viaje con apenas su pasaporte, la Biblia, los boletos, y dos libras de alimentos.

Viajando en el tren Transiberiano, finalmente llegó en Vladivostok en el costa este de Siberia.
Ésta no era la ruta más directa a su destino, pero debido a una guerra sin declarar entre Rusia y China, ella tenía pocas opciones.
Ella navegó de allí a Japón y de Japón a Tientsin, y entonces por tren, autobús y mula hasta la ciudad interior de Yangchen, en la provincia montañosa de Shansi, al sur de Pekín (Beijing). 

La mayor parte de los residentes no habían visto a ningún europeo con excepción de señora Lawson y ahora de Srta. Aylward.
Desconfiando de ellas por ser extranjeras, los pobladores no se mostraron dispuestos a escucharlas.

Yangchen solía ser una parada de noche para las caravanas a mula que llevaban carbón, algodón crudo, escencias, y mercancías de hierro, en viajes que duraban de seis semanas a tres meses. 

A las dos mujeres se les ocurrió que la manera más eficaz para predicar sería instalar un mesón.
El edificio en el cual vivieron había sido una vez un mesón, y con un poco trabajo de la reparación se podría utilizar como uno otra vez.
En una fuente pusieron alimento para mulas. Cuando apareció la primer caravana, Gladys salió hacia fuera, asió la rienda de la mula del guía, y la hizo caminar por el patio. Las otras mulas la siguieron hasta la cubeta con alimento. Los muleteros tenían poca opción. Las mulas no avanzarían hasta comer.
Entonces dieron a los hombres alimento y camas calientes por un precio estándar, y atendieron a sus animales.
Por la tarde contaban historias sobre un hombre llamado Jesús


Después de unas semanas, Gladys no necesitó “secuestrar” a sus clientes, ellos regresaban por la buena atención.
Algunos aceptaron bien a estas cristianas, y prontamente los caravaneros fueron corriendo la voz sobre la posada.

Gladys practicó su chino por horas cada día, y llegó a expresarse con gran fluidez.
Cierto día la señora Lawson sufrió una caída severa, y murió algunos días después. Gladys Aylward quedó sola para hacer funcionar la misión, con la ayuda de un cristiano chino, Yang, el cocinero.

Pocas semanas después de la muerte de señora Lawson, la Srta. Aylward se reunió con el mandarín de Yangchen. Él llegó en una silla del seda, con un cortejo impresionante, y le dijo que el gobierno había decretado extremar la práctica de caminar sin calzado (para erradicar la ancestral costumbre de achicar los piés).
El gobierno la obligó a cumplir con el decreto y a la vez inspeccionar que éste se cumpla.
Ella debió aceptar. No sabía las impensadas oportunidades de predicar el Evangelio que sobrevendrían a tal decisión.


Durante su segundo año en Yangchen, el mandarín convocó a Gladys.
Había explotado un alboroto en la prisión de los hombres. Cuando ella llegó encontró que los reclusos actuaban con una violencia inusitada, y habían matado a varios de ellos. Los soldados estaban asustados y no se atrevían a intervenir.
El Jefe de guardias de la prisión la había oído predicar que los que confían en Cristo no tienen nada temer. Entonces le pidió si podía intervenir
Ella caminó en el patio y gritó: - ¡Silencio! No puedo oír cuando todos gritan a la vez. Elijan a uno o dos delegados y permítanme hablar con ellos-.
Los hombres bajaron la voz y eligieron a un delegado.
Después de escuchar lo que tuvo que decir el hombre, ella actuaba como enlace entre el Jefe de los guardias y los internos. Con el tiempo llegó a ser un instrumento de cambios positivos en el funcionamiento de la prisión. 

La gente comenzó a llamar a Gladys Aylward “Ai-weh-deh” que significa la “virtuosa”.


 Cierto día, Gladys vio a mujer pidiendo limosnas, acompañado por una niña obviamente dolorida y severamente desnutrida.
De alguna manera se alegró que la mujer no sea la madre. Ésta había secuestrado a la niña para usarla con su fin de limosnear. Gladys “compró” a la niña, una muchacha cerca de cinco años.
Un año más adelante, la pequeña vino adentro con un muchacho abandonado en el remolque, pensando “yo comeré menos, de modo que él pueda tener algo.”
Así el Ai-weh-deh adquirió a segundo huérfano. Y su familia comenzó a crecer….

Ella era una visitante regular y bienvenida en el palacio del mandarín, que encontraba su religión ridícula. Simplemente le agradaba conversar con ella.
En 1936, Gladys Aylward se hizo oficialmente un ciudadana china. Vivió frugalmente y vistió como la gente alrededor de ella, y esto era un factor importante en la eficacia de su predicación.

Durante la primavera de 1938, los aviones japoneses bombardearon la ciudad de Yangcheng, matando a muchas personas y provocando que los sobrevivientes huyan en las montañas.
Después de cada bombardeo había una ocupación intermitente de la ciudad por parte del ejército japonés.
Durante una de las ausencias del ejército, el mandarín reunió a sobrevivientes y los hizoo retirar a las montañas para habitar allí durante un largo tiempo.

Mientras tanto, Gladys nunca dejó de ocuparse de las cuestiones de los presos. La política tradicional establecía la decapitación de todo aquel que intentara escapar.
El mandarín pidió el consejo de Ai-weh-deh, y organizaron un programa para los parientes y los amigos del condenado para fijar un enlace que garantice su buen comportamiento y pensar, en algún tipo de reinserción social.

A medida que la guerra continuó Gladys se encontró a menudo detrás de líneas japonesas, y a menudo trabajó pasando información al ejército de China, el país que la adoptó.
Gladys se encontró y entabló amistad con el “General Ley” un sacerdote católico de Europa que había tomado las armas durante la cruel y despiadada invasión japonesa, y ahora estaba encabezando un comando de guerrilla. Finalmente él le envió un mensaje. - Los japoneses están viniendo con todas sus fuerzas. Nos estamos retirando. Ven con nosotros.
Enojada, ella garrapateó una nota china, PU TWAI del CHI TAO TU, “los cristianos nunca se retiran!”



Ella decidió participar ayudando al gobierno en Sian, trayendo con ella a los niños que ella había adoptado, cerca de 100. (Otros 100 se habían ido unos días antes con un colega.)
Con los niños en remolque, ella caminó por doce días. Algunas noches encontraron el abrigo de anfitriones amistosos. Algunas noches pasaron desprotegido en las laderas de la montaña. En el duodécimo día, se toparon con el Río Amarillo, sin manera de cruzarlo.
Todo el tráfico de barcos había parado, y todos los barcos civiles habían sido confiscados para guardarlos fuera de las manos del invasor japonés.
Los niños desearon saber, “¿Qué hacemos que no cruzamos?”
Ella dijo, “no hay barcos.” Entonces los niños dijeron dijieron, “Dios puede hacer cualquier cosa. Pidámosle que nos consiga uno”
Se arrodillaron y oraron. Entonces cantaron. 

Un oficial chino con una patrulla oyó cantar y montó río arriba.
Él oyó su historia y dijo, “pienso que puedo conseguirte un barco.”
Cruzaron el Río Amarillo, y después de algunas dificultades más, Ai-weh-deh entregó su preciada carga en manos seguras en Sian.

Días más tarde, literalmente se derrumbó enferma con fiebre del tifus y padeció de delirio por varios días.

Cuando su salud mejoró gradualmente, ella comenzó una iglesia cristiana en Sian, y trabajó en otros lugares, incluyendo un establecimiento para los lerosos en Szechuan, cerca de las fronteras de Tíbet.
Su salud fue deteriorada permanentemente por lesiones recibidas durante la guerra, y en 1947 ella volvió a Inglaterra para una operación gravemente necesaria.
Ella permanecería en Inglaterra, predicando allí. 
En 1955, ella volvió al Oriente y abrió un orfanato en Formosa (Taiwán), que continuó funcionando mientras ella vivió.
La Srta. Gladys Aylward, Ai-weh-deh, murió el 3 de enero de 1970.


En 1957, Alan Burgess escribió un libro acerca de ella, The Small Woman. Fue condensado en The Reader´s Digest , y transformado en una película llamada el The Inn of The Sixth Happiness, protagonizada por a Ingrid Bergman.

Aunque la película haya estado bien producida, y conmovedoramente actuada por la gran actriz Ingrid Bergman, esta realización fué una espina en el zapato para Gladys Aylward. La película la desconcertó profundamente porque estaba plagada de inexactitudes. Hollywood se tomó grandes libertades con su relación con el coronel chino Linnan, incluso cambiándolo en un eurasiático. Pero horrorizó a Gladys, la más casta de las mujeres, ver que la película la había retratado en “escenas de amor”. Ella sufrió grandemente sobre lo que ella consideraba su reputación manchada.
Natalieee
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