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HISTORIAS INFANTILES PARA COMPARTIR DE DIOS
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HISTORIAS INFANTILES PARA COMPARTIR DE DIOS CAPÍTULO 51
51. - “LO QUE MARÍA QUERÍA PARA NAVIDAD”
Elena y María eran dos niñas que pronto iban a cumplir cinco años de edad y que solían divertirse mucho juntas.
Elena y su madre, la Sra. Vasari, vivían en una casita blanca cercana al gran edificio de departamentos donde residían María y sus padres.
La Sra. Vasari casi consideraba a María como de la familia, pues la niña venía cada día, enseguida después de levantarse y quedaba con ella todo el día. Sucedía que la mamá de María estaba enferma y debía guardar cama constantemente.
El médico decía que tenía tuberculosis, enfermedad que algunos llaman simplemente tisis.
Había a veces mucha tristeza en la voz de su madre cuando le decía:
- Ahora te vas, María, a la casa de la Sra. Vasari.
No queremos que nuestra hijita tenga que quedar en cama también.
María estaba en casa cuando el, médico había venido la última vez, y le oyó decir a su padre, mientras sacudía la cabeza:
- ¿No podría usted conseguir algún trabajo que le permitiese irse de esta ciudad?
Su esposa necesita mejores alimentos y mucho aire puro y sol.
Este departamento no es lugar adecuado para ella, si queremos realmente que sane.
María había notado que su papá se pasó una mano por la cara y parecía que estaba a punto de llorar. Luego el médico se fue.
Esto había sucedido hacía varios días.
El pobre papá no hablaba mucho estos tiempos, y María casi se había olvidado de su alegre risa.
Esa noche, cuando regresó de la casa de la Sra. Vasari, estaba muy agitada.
Pidió que la dejasen ir a la noche siguiente, a ver los negocios preparados para la Navidad, pues la Sra. Vasari la había convidado a que la acompañase a ella y a Elena.
La única respuesta que dio el papá fue ésta:
- Puedes ir si mamá está conforme.
María se fue apresuradamente al dormitorio de la madre y le dijo:
- ¿Me dejas ir mamá, por favor?
- Claro que sí María
– dijo la señora.
– Pero recuerda que el papá Noel no es más que un hombre bueno vestido a propósito, y no debes pensar que vas a recibir los regalos que le pidas, querida.
¿Qué piensas pedirle, querida?.
- No estoy segura todavía, mamá.
He pensado en tantas cosas, que no he podido decidir qué le voy a pedir.
Después de dar las buenas noches, María se retiró conformándose con una caricia de su mamá, quien no podía besarla para no comunicarle los gérmenes de la enfermedad.
- ¡Oh, si tan solo mamá pudiese levantarse, y estar sana como antes
– pensaba la niña, y, recordando lo que había dicho el médico, casi estallaba en sollozos.
Se quedó despierta mucho tiempo después que el papá la hubo acomodado en su cama.
Pensaba en su aventura del día siguiente y en la muñeca que deseaba para Navidad.
Pero siempre volvía a pensar en su papá que parecía tan triste y en la mamá que tenía que quedar en cama.
No podía olvidarse tampoco de lo que el médico había dicho.
Soñó, sin embargo, esa noche con una hermosa muñeca de cara pálida y enfermiza, muy parecida a su pobre mamá.
María no parecía muy agitada al día siguiente cuando fue a la casa de Elena. Su amiga estaba lista para ir a la ciudad.
Mientras Elena charlaba acerca del cochecito de muñecas y los patines de ruedas que esperaba recibir para Navidad, María se conformaba con escuchar.
El tranvía se detuvo casi frente a una gran casa de negocio.
Un grupo de cantores alegraba el aire con cantos de Navidad.
Entraron inmediatamente en el negocio, y allí María vió al papá Noel, con su traje colorado, su barba blanca y un gorro forrado de piel blanca.
María se quedó impresionada.
Elena y María se colocaron en la fila de niños que iban a presentar sus peticiones al papá Noel.
Cuando llegó el turno de María, le preguntó:
- ¿Cómo te llamas, niñita?
- María Grant.
- ¿Esas personas que veo allí son tu mamá y tu hermana?
- No, esa señora es la Sra. Vasari, amiga de mis padres.
Vive cerca de casa.
- ¡Ah! Ahora dime, ¿qué quieres para Navidad?
- Bueno papá Noel, me gustaría mucho aire puro y sol.
El papá Noel se quedó extrañado.
Si había oído bien, se trataba de una petición muy rara.
De manera que dijo:
- No te oí bien, querida. ¿Qué pediste?
- Me gustaría mucho aire puro y sol, por favor
– repitió la niña.
- ¿Y nada más?
– dijo el buen papá Noel.
- Creo que sería todo
– contestó la niña, y dejó el lugar a Elena que aguardaba ansiosamente su turno.
Después que Elena hubo presentado su petición, María vio que papá Noel decía algo a su ayudante, quien a su vez habló unas palabras con la Sra. Vasari; luego las niñas se fueron al departamento de juguetes, para ver lo que había.
Aquella noche cuando las dos cansadas niñitas estaban durmiendo profundamente después de la agitación del día, alguien llamó a la puerta del departamento donde vivía María.
El “papá Noel” estaba en la puerta.
María no lo habría reconocido, porque no tenía ya barba ni traje colorado. Era un hombre de edad mediana vestido con traje común.
Pero sus ojos reflejaban bondad mientras aceptaba la invitación a entrar en el departamento.
El caballero explicó que como quería mucho a los niños actuaba en la tienda durante algunas horas como papá Noel.
Lo hacía por puro placer, puesto que su familia se hallaba en otra ciudad.
Explicó también la insólita petición que le había hecho María por aire puro y sol.
Él y el papá de la niña conversaron durante largo rato.
- Así que si usted quiere encargarse de los animales que hay en la propiedad – dijo finalmente
- será para mí un placer hacer arreglos para que su familia pueda trasladarse allí inmediatamente.
Una pareja de ancianos, los esposos Kerr son actualmente los encargados del lugar, y no dudo que el Sr. Kerr estará contento de recibir su ayuda.
Con gusto la Sra. Kerr cuidará de su esposa para que recupere la salud. Es una anciana muy bondadosa y estoy seguro de que todos ustedes estarán contentos.
La mamá de María sintió mucha alegría cuando su esposo aceptó el generoso ofrecimiento de ir a trabajar en el “rancho”, pues allí sí que estarían en el campo y tendrían aire puro y sol.
Al arrodillarse para orar antes de acostarse, las lágrimas le corrían por la cara mientras daba gracias al Señor por su hija cuyo corazón no era egoísta, y por las personas bondadosas que él podía usar para contestar las oraciones de sus fieles.
Elena y María eran dos niñas que pronto iban a cumplir cinco años de edad y que solían divertirse mucho juntas.
Elena y su madre, la Sra. Vasari, vivían en una casita blanca cercana al gran edificio de departamentos donde residían María y sus padres.
La Sra. Vasari casi consideraba a María como de la familia, pues la niña venía cada día, enseguida después de levantarse y quedaba con ella todo el día. Sucedía que la mamá de María estaba enferma y debía guardar cama constantemente.
El médico decía que tenía tuberculosis, enfermedad que algunos llaman simplemente tisis.
Había a veces mucha tristeza en la voz de su madre cuando le decía:
- Ahora te vas, María, a la casa de la Sra. Vasari.
No queremos que nuestra hijita tenga que quedar en cama también.
María estaba en casa cuando el, médico había venido la última vez, y le oyó decir a su padre, mientras sacudía la cabeza:
- ¿No podría usted conseguir algún trabajo que le permitiese irse de esta ciudad?
Su esposa necesita mejores alimentos y mucho aire puro y sol.
Este departamento no es lugar adecuado para ella, si queremos realmente que sane.
María había notado que su papá se pasó una mano por la cara y parecía que estaba a punto de llorar. Luego el médico se fue.
Esto había sucedido hacía varios días.
El pobre papá no hablaba mucho estos tiempos, y María casi se había olvidado de su alegre risa.
Esa noche, cuando regresó de la casa de la Sra. Vasari, estaba muy agitada.
Pidió que la dejasen ir a la noche siguiente, a ver los negocios preparados para la Navidad, pues la Sra. Vasari la había convidado a que la acompañase a ella y a Elena.
La única respuesta que dio el papá fue ésta:
- Puedes ir si mamá está conforme.
María se fue apresuradamente al dormitorio de la madre y le dijo:
- ¿Me dejas ir mamá, por favor?
- Claro que sí María
– dijo la señora.
– Pero recuerda que el papá Noel no es más que un hombre bueno vestido a propósito, y no debes pensar que vas a recibir los regalos que le pidas, querida.
¿Qué piensas pedirle, querida?.
- No estoy segura todavía, mamá.
He pensado en tantas cosas, que no he podido decidir qué le voy a pedir.
Después de dar las buenas noches, María se retiró conformándose con una caricia de su mamá, quien no podía besarla para no comunicarle los gérmenes de la enfermedad.
- ¡Oh, si tan solo mamá pudiese levantarse, y estar sana como antes
– pensaba la niña, y, recordando lo que había dicho el médico, casi estallaba en sollozos.
Se quedó despierta mucho tiempo después que el papá la hubo acomodado en su cama.
Pensaba en su aventura del día siguiente y en la muñeca que deseaba para Navidad.
Pero siempre volvía a pensar en su papá que parecía tan triste y en la mamá que tenía que quedar en cama.
No podía olvidarse tampoco de lo que el médico había dicho.
Soñó, sin embargo, esa noche con una hermosa muñeca de cara pálida y enfermiza, muy parecida a su pobre mamá.
María no parecía muy agitada al día siguiente cuando fue a la casa de Elena. Su amiga estaba lista para ir a la ciudad.
Mientras Elena charlaba acerca del cochecito de muñecas y los patines de ruedas que esperaba recibir para Navidad, María se conformaba con escuchar.
El tranvía se detuvo casi frente a una gran casa de negocio.
Un grupo de cantores alegraba el aire con cantos de Navidad.
Entraron inmediatamente en el negocio, y allí María vió al papá Noel, con su traje colorado, su barba blanca y un gorro forrado de piel blanca.
María se quedó impresionada.
Elena y María se colocaron en la fila de niños que iban a presentar sus peticiones al papá Noel.
Cuando llegó el turno de María, le preguntó:
- ¿Cómo te llamas, niñita?
- María Grant.
- ¿Esas personas que veo allí son tu mamá y tu hermana?
- No, esa señora es la Sra. Vasari, amiga de mis padres.
Vive cerca de casa.
- ¡Ah! Ahora dime, ¿qué quieres para Navidad?
- Bueno papá Noel, me gustaría mucho aire puro y sol.
El papá Noel se quedó extrañado.
Si había oído bien, se trataba de una petición muy rara.
De manera que dijo:
- No te oí bien, querida. ¿Qué pediste?
- Me gustaría mucho aire puro y sol, por favor
– repitió la niña.
- ¿Y nada más?
– dijo el buen papá Noel.
- Creo que sería todo
– contestó la niña, y dejó el lugar a Elena que aguardaba ansiosamente su turno.
Después que Elena hubo presentado su petición, María vio que papá Noel decía algo a su ayudante, quien a su vez habló unas palabras con la Sra. Vasari; luego las niñas se fueron al departamento de juguetes, para ver lo que había.
Aquella noche cuando las dos cansadas niñitas estaban durmiendo profundamente después de la agitación del día, alguien llamó a la puerta del departamento donde vivía María.
El “papá Noel” estaba en la puerta.
María no lo habría reconocido, porque no tenía ya barba ni traje colorado. Era un hombre de edad mediana vestido con traje común.
Pero sus ojos reflejaban bondad mientras aceptaba la invitación a entrar en el departamento.
El caballero explicó que como quería mucho a los niños actuaba en la tienda durante algunas horas como papá Noel.
Lo hacía por puro placer, puesto que su familia se hallaba en otra ciudad.
Explicó también la insólita petición que le había hecho María por aire puro y sol.
Él y el papá de la niña conversaron durante largo rato.
- Así que si usted quiere encargarse de los animales que hay en la propiedad – dijo finalmente
- será para mí un placer hacer arreglos para que su familia pueda trasladarse allí inmediatamente.
Una pareja de ancianos, los esposos Kerr son actualmente los encargados del lugar, y no dudo que el Sr. Kerr estará contento de recibir su ayuda.
Con gusto la Sra. Kerr cuidará de su esposa para que recupere la salud. Es una anciana muy bondadosa y estoy seguro de que todos ustedes estarán contentos.
La mamá de María sintió mucha alegría cuando su esposo aceptó el generoso ofrecimiento de ir a trabajar en el “rancho”, pues allí sí que estarían en el campo y tendrían aire puro y sol.
Al arrodillarse para orar antes de acostarse, las lágrimas le corrían por la cara mientras daba gracias al Señor por su hija cuyo corazón no era egoísta, y por las personas bondadosas que él podía usar para contestar las oraciones de sus fieles.
ZARGOTEAMColaboradores
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