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Mensaje por ZARGOTEAM Jue 11 Abr 2013, 2:53 pm

El tema del divorcio ha generado muchas dificultades entre los lideres, pastores y creyentes. Algunas iglesias cristianas evangélicas se han negado abordar el problema debido a su marco fundamentalista teológico y bíblico, que no permite el diálogo con otras ciencias del conocimiento, pues han tratado de mantener su doctrina “pura”, libre de cualquier contaminación. Según ellos, la teología debe estar sometida a la Palabra, cosa que estoy de acuerdo. Pero, la Biblia misma esta construida por varias culturas, pensamientos filosóficos, teológicos, etc. Otras, en cambio, han tratado el tema y han elaborado una serie de estudios sobre el mismo. Han reflexionado desde la perspectiva ética jurídica en diálogo con las ciencias bíblicas y teológicas para asumir una pastoral con los afectados.

El objetivo de este artículo no solo es “aclarar la posición bíblica del divorcio y como ésta ha sido interpretada a través de la historia de la Iglesia. Sino también aportar luz para una posible ‘posición de la Iglesia hoy frente a la problemática del
divorcio’”. Las cuestiones que surgen de este tema son: ¿es permitido el divorcio desde el punto de vista bíblico? ¿Se permite a una persona divorciada casarse de nuevo? ¿Un pastor puede divorciarse y volverse a casar? Estas son preguntas difíciles de responder porque decir algo sin tener en cuenta a las personas dentro de su contexto y situaciones difíciles es tratar de valorar las normas éticas cristianas morales.


Nuestra posición ética y desde el evangelio debe seguir el modelo de Jesús que no se reduce a una serie de normas morales. Tampoco debe tener principios ni prejuicios sino seguir a Jesús. Esta debe ser nuestra dinámica, porque “a Jesús”, dice Paul Lehmann, “ha de seguírsele dentro de realidades históricas y cambiantes. El apóstol Pablo era consciente de esto. Nuestro apóstol respondía a las diferentes situaciones que surgían en la comunidad cristiana, trataba el problema no con principios normativos sino con consejos concretos, prácticos basados en su propuesta teológica: Libertad, gracia y comunión”. Esto nos lleva a preguntarnos individualmente: ¿Qué debemos hacer como miembros de la iglesia del Señor? (1)

Ahora bien, como líderes, pastores y creyentes, miembros de la iglesia del Señor, que vivimos el problema en nuestras comunidades cristianas latinoamericanas, sentimos la necesidad de abordar el problema y dar respuesta a todas estas preguntas.

Dejando de lado el subjetivismo doctrinario nuestras propias interpretaciones teologales y bíblicas; nos acercamos al problema desde una ética inclusiva y guiada por el evangelio enseñado por Jesús, que nos llevará a ejercer una pastoral inclusiva sobre el tema del divorcio. Esto no quiere decir que “no ignoramos las diferentes controversias que genera este tema entre nosotros y las diversas maneras de encararlo.” (2) Por lo general, siempre intentamos abordar el problema desde una reflexión bíblica para llegar a una postura acorde a nuestros principios. Es por ello que quiero partir desde el experto (pastor, biblista, maestro) en el manejo de los textos bíblicos y el lector común (los creyentes y el público en general) de la Biblia.

Los pastores y los creyentes de la comunidad: La Biblia Han de Wit, en su reciente libro titulado Por un solo gesto de amor: Lectura de la Biblia desde una práctica intercultural, nos comparte un modelo de interpretación intercultural, de una nueva forma de leer la Biblia y de cómo el encuentro entre expertos y lectores comunes de la Palabra de Dios pueden tomar forma de una manera profunda y enriquecedora (…). Es una práctica en la que la confrontación es organizada y en la que la pregunta está abierta al diálogo entre experto y lectores comunes. Es tomar conocimiento de cómo el otro, en su contexto y en su cultura, lee ese mismo texto que yo mismo leo, pienso y reflexiono sobre x problema. Estas lecturas e interpretaciones individualistas, literalistas y fundamentalistas han ido socavando el verdadero valor del texto.

Por ende, la propuesta del libro de Hans De Wit es tener una ética interpretativa de los textos bíblicos, esto nos ayudará a cambiar esos “modelos interpretativos unilaterales y fundamentalistas de lectura de la Biblia”. (3)

Con respecto a la Biblia, nuestro autor en consideración (De Wit), dice: “La Biblia es un libro que contiene una tradición ético–religiosa (tal como lo desarrolla en las páginas de su libro bajo la mirada del gran teólogo y filósofo Emanuel Levinas), es un libro que también quiere entenderse y llegar a ser operativo en la actual situación de globalización y finalmente quiere expresarse sobre la profunda asimetría que caracteriza nuestro mundo”. (4)

Hemos aprendido, como estudiosos de este libro valioso, hacer uso de ella; aprendimos a usar la exegesis como herramienta para comprender el sentido de los textos bíblicos. Es decir, es llegar a involucrarnos en el pensamiento del autor; lo hacemos desde un rigor ético y sagrado que nos lleva a buscar una respuesta correcta a los problemas existenciales de hoy. Esos problemas existenciales que vivimos hoy son: el divorcio, las convivencias de parejas antes del matrimonio, la política y la ley de matrimonios gays, y otros que no hemos tratado acá por tiempo y espacio, pero que, con el transcurrir de nuestro quehacer pastoral, necesitan ser abordados. Es bueno recordar que el acumular conocimiento especializado como bíblico que no aporte nada al diálogo, que no logre una vida transformada para todos, entonces es inútil. (5) Por ende, estamos desafiados desde la ética y del evangelio a buscar una respuesta a esos problemas y preguntarnos: ¿Qué puedo aportar a la práctica de los que hacemos uso de la Biblia y en qué manera podemos ser catalizadores en los procesos de transformación social? (6)

Antes de responder a estas preguntas, quiero que hagamos una relectura histórica de cómo ha sido abordado el problema del divorcio, que nos sirva para aclarar nuestra posición hoy frente al problema. Comenzaremos definiendo que “el divorcio es la ruptura del vínculo afectivo del amor que unía a una pareja”. Ahora pasamos a mirar el divorcio según la perspectiva del Antiguo Testamento.


El divorcio según el Antiguo
Testamento

Desde la ruptura de la primera pareja con Dios, el ser humano se vio en la necesidad de “ordenar a la sociedad, a los grupos humanos, regular las relaciones entre las personas creando leyes que regulan la unión del hombre con la mujer (matrimonio), así como la separación de éstos (divorcio)”. (7) Es por esa razón que Moisés crea unas normas legales para reglamentar una práctica que existía desenfrenadamente (Deuteronomio 24:1-4). Una forma para frenar esta práctica era evitar el divorcio. Pero, la repudiada tampoco podía contraer matrimonio. Tampoco, ellas podían divorciarse del varón, pues la ley sólo les permitía a los hombres divorciarse de las mujeres; no importaba si fueran nacionales o extranjeras, como vemos en Esdras 10. Como la mujer no tenía estatus social, se sentía como un objeto, qué contradicción: ¡tenía más valor un animal que ella! Incluso, se le exigió a los “sacerdotes no casarse con mujeres repudiadas”. (Levítico 21:7, 14).


El libro de
Levítico en el capítulo 18 contiene normas legales en cuanto a la unión conyugal; y en el libro de Deuteronomio, capitulo 24: 1–4, encontramos algunas normas legales que regulan el divorcio. Pero, si observamos los capítulos que le presiden se nota que el pasaje sobre el divorcio se encuentra dentro de una sección normativa que regula y protege al débil y al abusado, ver Dt. 23:16–25:19. ¡Bravo! El texto incluye la prohibición para volverse a casar, después de haber sido despedida por su marido (divorciada). Pero, el versículo que le sigue le da libertad a la mujer divorciada a volverse a casar. El problema surge cuando la mujer al casarse por segunda vez y su segundo marido la despide o se muere (v. 3); su prohibición surge con el primer marido, si se casa con él se vería mal dentro de la sociedad androcéntrica y sexista de la colectividad de varones. Pensar que solo ella generaba impureza o un acto repugnante ante Dios es considerar que el texto ha sido construido en una estructura excluyente machista. Por eso, considero que el divorcio “era ajena a la cultura hebrea y judía”. (8) Dios aborrecía la práctica del divorcio, según Malaquías 2:15–16. Aquí el consejo radica en el hombre, pues, les llama la atención a los hombres a cuidar de “la promesa que le hicieron a la esposa de su juventud”. Y concluye, no sean infieles; pues yo aborrezco al que se divorcia de su esposa y se mancha cometiendo esa maldad” v. 16: el énfasis está puesto en el hombre y no en la mujer.


El divorcio según el Nuevo Testamento

La ética del Nuevo Testamento apunta a dos aspectos importantes: el contenido de su pensamiento y el comportamiento de la comunidad cristiana primitiva. Hacer esta relectura de esta ética novotestamentaria “es hacer una reflexión retrospectiva del pensamiento y comportamiento de los cristianos de su época para encontrar elementos que nos sirvan para ayudar a transformar nuestro mundo en crisis de valores”. (9) Algunas teologías e iglesias no satisfacen del todo las necesidades de su gente en su contexto, pues lo dejan a merced de la gente o en algunos casos lo espiritualizan demasiado, que los llevan a excluir o condenar a los que se divorcian. Siguen el pensamiento legalista, pero se olvidan de que el pensamiento y el comportamiento en la vida debe ser según el modelo de Jesús.

Nuestro señor
Jesucristo estaba consciente de las desigualdades sociales entre el hombre y la mujer. Pues, su Padre habría creado a ambos géneros en condiciones igualitarias (Gn. 1:27-29). Su defensa por el género femenino ha sido, en términos
latinoamericanos, liberadora, porque pone fin no solo al machismo de su época, sino de todas las épocas de la existencia humana. Destruye el poder demoledor del sexo y del eros, del esclavismo, del egoísmo, del deseo de posesión y del sentido de objeto de propiedad de la mujer. Es decir, la mujer vuelve al estado original por lo cual Dios la había creado. (10)

Por eso, Jesús en una oportunidad fue confrontado ante dos escuelas rabínicas: Hillel y la Sammai. La primera sostenía que el varón podía divorciarse de su mujer por cualquier motivo. Y la segunda, afirmaba que solo habría divorcio por inmoralidad sexual, y permitía al esposo (no la esposa) el divorciarse y casarse de nuevo. Ver Marcos 10:1-12; Mateo 5:31-32; 19:3-9 y Lucas 16:18. De esta manera, la respuesta de Jesús es aclarar la intención original del matrimonio: una relación indisoluble. Dios los había creado para ser una unidad en sí misma, el uno para el otro, en el vínculo del amor; no son dos sino uno, según Marcos 10:6-9. De ahí, que el divorcio no tiene lugar, ya que éste es una herramienta jurídica favorable al varón y no a la mujer, pues ellas no tenían estatus social. Lo único que les permitía ser respetadas por la sociedad varonil era el matrimonio. Es por ello, que Jesús ve que la prohibición del divorcio viene a ser un instrumento de protección jurídico para la mujer y la familia, y asume su radicalismo en la defensa no solo de la mujer sino de la familia. (11)

Esta línea de
pensamiento es seguida por el apóstol Pablo y los primeros cristianos, aunque a veces pareciera que se contradice en su apreciación al rol de la mujer que encontramos en la cartas a los corintios, en especial 1 Co. 7:10- 17, hay una serie de prohibiciones con respecto al matrimonio, que nos interesa en esta ponencia, que resumo así:

Mujer no se separe del marido y si se separa quédese sin casar Maridos no abandonar a la mujer Mujer no abandonar a esposo inconverso Esposo no abandonar a esposa inconversa Licencia a separarse si el cónyuge desea separarse


Sin embargo, Pablo sigue el pensamiento de su maestro Jesús; quiere proteger a la mujer y a la familia. Su postulado fundamental es que en Cristo las fronteras desaparecen:
las etnias, las culturas, las ideologías, por eso afirma: en Cristo ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; [b]no hay varón ni mujer; porque todos somos de Cristo Jesús (Gá. 3:28). Este aspecto debemos tener en cuenta cuando hacemos exégesis e interpretamos los textos, de la misma forma en su aplicación hoy.

  1. 4. El divorcio en la historia de la iglesia
En la iglesia en los primeros siglos se nota un fuerte énfasis antidivorcista. Había una pluralidad de criterios interpretativos sobre posibles excepciones. Por lo general, el divorcio era rechazado por Atenágoras, quien consideraba un segundo matrimonio como un adulterio decente, según su interpretación de Mt. 19:9, “no permitiendo abandonar a aquella cuya virginidad uno deshizo, ni casarse de nuevo. El que se separa de su primera mujer, aunque se hubiera muerto, es un adultero encubierto, pues traspasa la indicación de Dios, ya que en el principio creó Dios un solo hombre y una sola mujer.” (12) Hermas y Clemente de Alejandría.

Otro grupo permitía el divorcio en caso de inmoralidad sexual. San Jerónimo afirma: “Mandó el Señor que no se repudie a la mujer, excepto por razón de fornicación, y de haber sido repudiada, ha de permanecer innupta, ahora bien, lo que se manda a los varones, lógicamente también se aplica a las mujeres. Por lo que no seria lógico repudiar a la mujer y tener que soportar al marido. ‘El que se une con una ramera, se hace un solo cuerpo con ella (1 Co. 6:16) luego por el mismo caso, la que se une con un disoluto, se hace con él un solo cuerpo (…), entre nosotros lo que no es licito a la mujer, tampoco es licito al varón. Podría más
fácilmente ser aceptado contraer una especie de sombra del matrimonio, que vivir como ramera bajo la gloria de ser mujer de un solo marido.” (13)

Por lo anterior,
nos da la sensación que para Jerónimo la idea de ser un adultero es tan terrible, que prefiere en última instancia que esa persona se case por segunda vez. Él ve en el divorcio y el segundo matrimonio, no una solución sino un mal menor, entre dos males, que bajo toda circunstancia no tendría aprobación divina de ninguna manera.

La posición de
Agustín con respecto al divorcio se debía a su vida turbulenta del pasado, pues sostenía que “Dios bendijo el matrimonio, si la esencia de éste consiste solo en la unión sexual del hombre y la mujer, idéntica es la esencia en los
adúlteros y en los casados, pues, en los dos existe unión sexual; y si esto es absurdo, la esencia del matrimonio no consiste solo en la unión sexual (…).

Pero, hay otra cosa que pertenece formalmente a las nupcias; y por ello, el adulterio se distingue del matrimonio, como son la fidelidad conyugal, el cuidado procreador ordenado, y lo que constituye una radical diferencia, es un buen uso del mal, es decir, el buen uso de las concupiscencia de la carne, pues de este mal los adúlteros hacen mal uso”. (14) Podemos decir, que el divorcio por lo general estaba asociado con el adulterio; éste se constituía como la única causa del divorcio.

En la iglesia de la edad media, la posición está dividida. Por un lado, la iglesia católica de Roma era muy rigurosa y por otro lado, la iglesia griega (Constantinopla) dentro de sus normas había excepciones y concesiones para permitir el divorcio en algunos casos. Con respecto al divorcio, Santo Tomas de Aquino sigue los lineamientos de Jerónimo y Agustín a que el uso del sexo debe ser restringido al matrimonio, cuando el propósito que lo impulsa es el de la procreación y da entender que una relación sexual que busque otro fin se convierte en una relación pecaminosa que no ayuda a cultivar la vida espiritual cristiana. Con respecto al divorcio, dice: “en cualquiera de los casos, dígase fornicación o adulterio, queda en manos de los cónyuges el tomar una determinación respecto a su separación, de uno u otro modo la posibilidad de contraer matrimonio por segunda vez queda prohibida, ya que el consorte que se casa de nuevo incurre en pecado de adulterio, mientras su cónyuge viva.” Otra causa, con que está de acuerdo Tomas, es el no pagar el débito conyugal es causa de separación, pero impide que se vuelvan a casar por la razón antes dicha. (15) En Europa occidental el antidivorcismo iba en aumento. (16)



  1. 5. El divorcio en la iglesia de la reforma
Los reformadores, por lo general, estaban de acuerdo con el divorcio, pero solo en caso de inmoralidades sexuales y por abandono injustificado del hogar. Por ejemplo, Martin Lutero afirmaba que el divorcio debía ser aplicado en caso de adulterio, y sugería a las autoridades civiles castigar con pena de muerte al adultero, ‘por eso mandó Dios en la ley que los adúlteros fuesen apedreados’. Otra forma de divorcio es cuando uno de los cónyuges se niega al otro; es decir, no hay relación sexual entre ellos, lo esquiva y no permanece a su lado (17).
La reforma de Lutero permitió romper el velo de la indisolubilidad del matrimonio, porque:
“Esto significó la reaparición de la institución en las naciones que abrazaron el protestantismo, las cuales fueron incorporándola a sus legislaciones. Las teorías acerca de la naturaleza contractual del matrimonio, propugnadas por los filósofos racionalistas del XVIII, se fueron abriendo paso paulatinamente e impregnaron la legislación positiva de países tradicionalmente católicos. Así, el parlamento de Prusia (Landsrecht) lo admitió ampliamente en 1794, dos años después de que en Francia se promulgase la ley de 20 de noviembre, que constituye el principal antecedente de los sistemas modernos. En su texto se fundamenta la admisión del divorcio en la necesidad de proteger el derecho a la libertad individual de los cónyuges, que debe existir tanto para establecer el vínculo como para romperlo. Esta regulación pasó más tarde al Código de Napoleón, que influyó decisivamente en el resto de los ordenamientos europeos.

Tan sólo se mantuvo vigente la indisolubilidad del matrimonio en países cuyas normas estaban basadas en la doctrina de la Iglesia Católica (….) (18)



  1. El divorcio en la iglesia de hoy
Hoy “el divorcio está plenamente admitido e incorporado en la legislación de la mayor parte de los países protestantes” (19) y católicos, ésta solo lo admite en caso de adulterio, se recurre a la anulación. Al respecto, Waldo Beach, dice:
“Con respecto al bien y el mal, los aciertos y errores de un divorcio, hay que mirar por debajo de la maraña de sutilezas legales, a las cuestiones éticas que subyacen a la ley. La posición tradicional de la Iglesia Católica Romana, como de la derecha religiosa, es que el divorcio es moralmente malo. Porque, para la Iglesia romana el matrimonio es un sacramento, celebrado por la iglesia, y por ende es indisoluble. Por lo tanto, las personas divorciadas que quieren seguir estrictamente los dictámenes de la fe católica no pueden lograr un segundo matrimonio bendecido por un sacerdote. Por supuesto, un matrimonio católico puede ser anulado de forma automática por el tribunal de la Sagrada Romana, con procedimientos largos y complicados, si hay pruebas suficientes de que las condiciones esenciales del matrimonio no eran válidas en el momento de la celebración, queda anulado (20).
En cambio, la iglesia evangélica latinoamericana, quien ha sido la defensora del matrimonio y la familia, vive este problema y ha surgido desde adentro de los muros inquebrantables. Pastores, líderes y demás han vivido esta experiencia, otros han conocido al Señor en convivencias de parejas. Han tenido que reflexionar sobre su accionar hacia estos casos, cosa que ha dividido al pueblo evangélico en grupos que sólo aceptan el divorcio por cuestiones inmorales: adulterio, adicción a pornografías, entre otros (iglesias conservadoras, fundamentalistas y renovadas). “Muchos protestantes conservadores, asegura Beach, se oponen al divorcio sobre la base de la prohibición bíblica atribuida a Jesús (Marcos 10:11-12), que establece que aquel que se divorcia de su propio cónyuge comete adulterio.

[En otros pasajes de los Evangelios encontramos una excepción: el adulterio].” (21).
Otra posición, más abierta, acepta el divorcio por cualquier causa inmoral o por deseo de los contrayentes. Dentro de estos grupos hay una gran diversidad de opiniones en cuanto a los divorciados. Algunos consideran que el divorcio debe ser
tratado como cualquier otro pecado. Incluso toman al pie de la letra 1 Timoteo 3:2, 12 y Tito 1: 6. Y se preguntan ¿deben ejercer ministerios las personas divorciadas? ¿Pueden contraer nuevas nupcias? Alan Walker, respondería a estas preguntas diciendo:
“(…) Jesús repudiaba las respuestas legalistas a todas las preguntas. Y así lo hizo con el divorcio. Elevó toda la cuestión al nivel de los grandes principios morales, espirituales y humanos…A la luz de su comprensión, firmeza y simpatía, ¿cómo aparecen las actitudes de la Iglesia moderna? No encuentro apoyo para la ‘línea dura’ adoptada hacia el divorcio y el nuevo matrimonio por algunas de las grandes iglesias del mundo (…)” (22)

Hoy los problemas sociales que vive nuestra sociedad como la globalización, el desempleo, la inseguridad, la pobreza, la exclusión, etc., afectan de una manera sorprendente las relaciones humanas, en especial la familia. La iglesia cristiana como esposa de Cristo “se encuentra frente a disyuntivas críticas: la atadura de la
ley (social o religiosa), o la libertad de Dios en la expresión del amor y de la reconciliación.” Continúa diciendo Bravo: La situación del pecado social e individual en que vive el ser humano nos debe llevar a preguntarnos como miembros del cuerpo de Cristo: ¿es cristiano negar la realidad del divorcio en nuestra sociedad y en la iglesia, imperfectas aún? ¿Es cristiano demandar que las personas vivan en relaciones quebradas y adulteradas por un “amor” diluido, manteniendo una relación de apariencia y negando el “vivir en paz como nos llama el Señor”?” (23) Antes de responder, deberíamos considerar las palabras de Severino Croatto & Pietrantonio:
“Una ley de divorcio de por sí no genera permisividad; todo lo contrario, puede profundizar los lazos del amor cuando es real. Mantener la indisolubilidad por ley es una coacción externa, creadora de hipocresía. El amor está en la pareja y no necesita una presión de afuera para sostenerse. La ley regula otros aspectos del matrimonio que resultan socialmente de aquella opción de formar pareja. Con una ley de divorcio habría más coherencia entre el amor real y su expresión legal. Incluso, la posibilidad de la disolución del vínculo –que se supone no es por cualquier motivo- debe suscitar en la pareja una profundización y no una banalización de sus relaciones de amor.” (24)
Estoy de acuerdo con Bravo, cuando considera que “el adulterio no resulta como consecuencia del divorcio. También, puede haber adulterio en una relación conyugal, cuando la relación de pareja está rota – ya hay pecado. ‘Puede haber algunos muy puros sexualmente, y que ya no aman, y entonces la unión está rota’ (25).

Por lo
tanto, están en pecado de adulterio, aunque vivan juntos como marido y mujer, cumpliendo con la ley.” (26) No queremos hacer del divorcio un motivo de regocijo, pues es algo serio que conlleva una serie de problemas… Si usted sufre, todo el cuerpo de la iglesia sufre, como lo afirma Pablo en 1 Co. 12:26a).

Toda relación que emprendemos con alguien, siempre nos une el amor, cuando el amor se muere todo se acaba, no hay vuelta atrás. Por eso, tanto la iglesia como la pastoral necesitan tener en cuenta esto, más que seguir farisaicamente una ley por muy bíblica, debemos saber que solo por el amor va a permanecer unido esa relación.

Dios es amor, lo que él unió en amor de identificación mutua, ningún género
humano lo separe. Luego entonces, podemos sostener que lo que Dios no une en amor, al romperse este vínculo que es la metáfora de la identificación, que lo separe la persona.

De esta manera, no
existe ningún indicio bíblico que el matrimonio fuese establecido como una institución divina o sacramento religioso. De esto estaba seguro Juan Calvino, fue el primer teólogo reformado, que afirmó que: “Si bien todos admiten que ha sido instituido por Dios, a ninguno se le ocurrió que fuera sacramento, hasta el tiempo del papa Gregorio VII. La ordenación de Dios es buena y santa, pero también lo son los oficios de labradores, albañiles, zapateros y barberos, los cuales, sin embargo, no son sacramento, porque no solamente se requiere para que haya sacramento que sea obra de Dios, sino que además es necesario que exista una ceremonia externa, ordenada por Dios, para confirmación de alguna promesa, ahora bien, que nada semejante existe en el matrimonio.” (27)

El termino
sacramento significa recordar lo sagrado. Todos sabemos que lo único sagrado es Dios; por lo tanto podemos afirmar que el matrimonio como acto de celebración entre una mujer y un hombre, nos recuerda la presencia del amor entre los cónyuges, que Dios ha formado en su creación, identificado en ese amor: “eres hueso de mis huesos y carne de mi carne.” En este sentido, el matrimonio ha
sido instituido por Dios mismo, según Calvino, para beneficio del género humano y mejor organización de la sociedad, la estabilidad matrimonial y familiar para la edificación mutua en la iglesia (28).

Después de haber
reflexionado sobre el tema desde una perspectiva histórica, teniendo en cuenta la posición teológica de cada época en particular, llegamos a la conclusión que el divorcio es un problema antiguo, ha estado en toda la historia del
pensamiento humano. Moisés tuvo que legislar sobre este problema. Más tarde, Jesús tuvo que enfrentarlo como una cuestión moral. Infortunadamente, dice Alan
Walker, el Nuevo Testamento parece poner en boca de Jesús dos respuestas diferentes. Una la encontramos en Marcos 10:1-12 y la otra en Mateo 19:1-12; basar la actitud de Cristo hacia el divorcio en Marcos o en Mateos me parece un error. Jesús sólo repudiaba las respuestas legalistas a todas las preguntas.

Así lo hizo con el divorcio. Elevó toda cuestión al nivel de los grandes
principios morales, espirituales y humanos. En todos los dichos de Jesús sobre el divorcio, reconoce el divorcio de Moisés con grandes limitaciones y el pecado humano hace que el divorcio sea casi inevitable. Por ende, el divorcio no es un impedimento para que la persona divorciada reciba el perdón y recibir la salvación de la vida eterna que Cristo le ofrece.

A la luz de la
práctica de Jesús de su comprensión, firmeza y simpatía, analicemos nuestras prácticas pastorales y eclesiales con respecto de cómo hemos abordado este problema mayúsculo, ¿cómo aparecen las actitudes de la iglesia moderna?, se pregunta Walker, y responde: “no encuentro apoyo para la ‘dura’ adoptada hacia el divorcio y el nuevo matrimonio por algunas de las grandes iglesias del mundo (29).

Creo que de alguna manera, Jesús, sin debilitar el valor divino del matrimonio, ofrecía los ministerios de su gracia en el servicio del matrimonio y comunión a aquellos que ‘por la dureza de sus corazones’ hubieran fallado y pecado. Por manchado y sucios que estemos, él nos ama, vino a esta tierra a morir por ellos y a rehacer sus vidas para que le sigan sirviendo, ellos son los marginados y excluidos de los sistemas legalistas que pululan en las iglesias que condenan y hacen sentir mal a cualquier divorciado. A estas iglesias se les olvida que el amor de Jesús es más transcendente que la ley, su amor pudo más que la ley.

Hacer este aporte,
desde la ética teológica y del evangelio, al quehacer teológico y a la pastoral de nuestras iglesias evangélicas latinoamericanas es importante para ir derribando paredes y cielos de bronces. Pero creo, “que tal vez la respuesta más útil de nuestras comunidades eclesiales es la práctica de la medicina preventiva. Es decir, no la prohibición del divorcio, sino una guerra ofensiva contra las fuerzas centrifugas de la sociedad, destructiva para la unidad familiar monógama, a través de programas y terapias que fortalezcan los lazos familiares de amor a la familia, de manera que cada vez menos personas lleguen a divorciarse.” (30)
Deuteronomio 24 Marcos 10
Por Luis Eduardo Cantero
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