El Gato -

por **Evangelista** Sáb 11 Mayo 2013, 10:57 pm

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Aquella criatura nunca fue del agrado de Lelo Boqueletau, y en más de una ocasión por su mente pasó la idea de deshacerse de ella, muchas veces su marcada intención fue abortada por la interposición de una profunda presión a su conciencia cuando se imaginaba desapareciendo el gatito de Arfili, su esposa. Pero esta vez estaba dispuesto a todo.

Era un gato angora negro con una mirada muy expresiva y exigente, capaz de doblegar a cualquiera que intentase sostenérsela.

En cambio, a diferencia de otros gatos, su mirada no era solapada, sino sincera, abierta y de frente.

Lelo aceptaba esta cualidad del gato, y tuvo momentos de elogiarlo, pero no toleraba ciertas cosas del pequeño felino y una de ellas era, precisamente, ese ronquido congénito que lo sacaba de sus casillas.

Cuando notaba que ronroneaba se disgustaba mucho.

Por otra parte Lelo bendecía la libertad de los pájaros en gran manera.

Admiraba como estas pequeñas e inofensivas aves se trasladaban con entera autonomía, y que el gato se ocultara entre los arbustos del patio para cazar estos pajarillos que iban a picotear algunas migajas, lo ponía frenético.

Aunque nada le hacía odiar tanto al gato como cuando éste, en uso de sus excepcionales habilidades, se ocupaba de robar alimentos; motivo por el cual reiteradamente Arfili y él habían tenido sus encontronazos, especialmente cuando ella sin ningún argumento trataba de justificar su minino.

Aquel día, Arfili estaba de compras y Lelo aun no había regresado del trabajo.

Previendo que pudiera tomarse mucho tiempo en las tiendas, ella le había dejado la cena lista para servir en una pequeña habitación contigua a la cocina, al fondo de la casa, donde ellos solían cenar cuando estaban solos para no usar innecesariamente el distante comedor muy próximo a la sala.

Cuando Lelo llegó vio al gato, como de costumbre, en el patio entre arbustos y flores pacientemente esperando que los pajarillos que picoteaban se acercaran a su radio de acción.

Esto le provocó mucha irritación y le lanzó al gato un jarrón que encontró a su paso haciendo que unos levantaran vuelo y se fueran mientras el que otro, saltando sobre el muro que dividía su patio con el de la siguiente casa, se alejara por los tejados.

El olor de la comida invitaba por sí sola, y Lelo no perdió tiempo.

Procedió a servirse poniendo sobre la mesa los platillos: la ensalada, el arroz, los potajes.

Cortó unas rebanadas de pan, y por último unas exquisitas lonjas de carne asada que era el platillo cinco estrellas de Arfili.

Se acomodó y cortó un pedazo de carne… cuando se percató de algo.

“¡Me falta el agua! –Se dijo en voz baja- Yo no puedo comer sin un vaso de agua que me acompañe.”

continua

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por **Evangelista** Sáb 11 Mayo 2013, 11:08 pm

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Se acomodó y cortó un pedazo de carne… cuando se percató de algo.

“¡Me falta el agua! –Se dijo en voz baja-

Yo no puedo comer sin un vaso de agua que me acompañe.”

El refrigerador, situado en el comedor, estaba lejos y Lelo tendría que pasar algunos cuartos para llegar hasta allí.

Temió dejar su mesa a merced de algún insecto proveedor de microbios nocivos, pero más aun del gato que tan pronto le dio el olor de la buena cena, se paseaba por el pasillo del patio maullando insistentemente por una limosna al tiempo que se asomaba a la puerta.

Por esto, Lelo se tomó un par de minutos implementando algunas medidas de seguridad; acomodó algunos platillos, cubrió los alimentos, observó los alrededores... Por fin se encaminó hacia el comedor en busca del agua.

Pasando el segundo cuarto le vino una duda:

“¡La carne!” Dijo a voz en cuello y meditó por unos segundos.

-La carne es un platillo codiciado por los gatos –dijo hilvanado ideas-

¿La habré cubierto con una tapa?

Vaciló por otros segundos más, y después, queriendo convencerse dijo:

-Sí, creo que sí. Voy a continuar por el agua.

De regreso a la mesa, se acomodó para iniciar el festín, cuando de pronto descubrió que el platillo de la carne estaba vacío.

Sus manos se crisparon, la vista se le nubló y su mente entenebreció.

“¡Cu-cu, cu-cu, cu-cu!”

El cuclillo del reloj de pared cumplía su habitual cometido dejando escuchar repetidas veces su onomatopeya para anunciar que ya eran las seis de la tarde.

Sin embargo, a Lelo esto le pareció una burla, algo así como si en ese momento todas las cosas se complotaran contra él.

Se levantó para arrancarlo y hacerlo añicos al tiempo que divisa al gato en el patio sentado sobre sus patas traseras en plenitud de tranquilidad, tal quien ya está satisfecho de una buena cena y ahora se detiene a disfrutar observando su víctima, y su mirada fría y calculadora multiplicó aún más la cólera de Lelo quien miró hacia el reloj cuando el cuclillo concluía su misión, y tomó una decisión:

-No, tú no. Búrlate todo lo que quieras –le decía al cuclillo-.

El culpable está afuera, y pagará por lo que hizo.

Un siniestro plan pasó por su mente, y no tardó en ponerlo en práctica.

Mientras el gato miraba fijamente desde el patio, Lelo puso sobre la mesa, a su mano derecha, una pequeña y afilada hacha y acto seguido depositó un poco del arroz con potaje en el piso bien al alcance suyo, para no fallar, y esperó pacientemente sabiendo que el ladrón ya estaría bastante satisfecho con la carne y no tendría prisa para venir por lo que taimadamente se le ofrecía; pero Lelo se equivocó en sus conjeturas: el gato acudió a la invitación con prontitud.

-¡Ah, con que glotón, eh!

Dijo esto levantando el hacha para descargarla contra la nuca de una criatura mansa, pero por su mal hábito de hurtar, pronto perdería la cabeza de un solo tajo.

El gato, que generalmente es un animal desconfiado, esta vez a vivos Lengüetazos devoraba vorazmente el manjar sin percatarse de que, en breve, una de sus legendarias siete vidas llegaría a su final.

Lelo cerró firmemente sus dedos alrededor del mango de la afilada arma para dar un golpe certero.

Listo ya para descargarla, quiso tomarse unos segundos para imaginar cómo rodaría la cabeza del gato y, entre las muchas imágenes que pudo concebir de la cabeza rodante, también vio la de Arfili pidiendo clemencia por su mascota.

Algo en lo que antes no había pensado, ahora lo hacía vacilar para ejecutar su horrible plan y dar paso a algunas reflexiones mientras aun permanecía con el arma en alto:

“¡Qué tonto y miserable he sido! El gato no es culpable tampoco. ¿Acaso no sé que ellos son ladrones por naturaleza? ¿Entonces quién es el verdadero culpable, sino yo? Yo que he dejado la carne expuesta al salteador.”

continua

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por **Evangelista** Sáb 11 Mayo 2013, 11:14 pm

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Permitió que el gato regresara tranquilamente a su posición anterior y desde donde observaba con cierto agradecimiento por los alimentos que le fueron ofrecidos, cualidad ésta que no es nada común entre estos felinos.

Lentamente Lelo bajó su hacha hasta depositarla nuevamente sobre la mesa, y mucho más relajado comenzó a comer de lo que aun quedaba sin tocar.

Por primera vez comió sin rencor, y de cuando en cuando le echaba un vistazo a su rival que permanecía observando en espera de alguna otra invitación.

Se comió todo el arroz con potaje, pero viendo que le quedaba alguna ensalada, y todavía con hambre, decidió servirse otro poco de arroz.

Levantó con cuidado la tapa de la olla y una punzante sorpresa lo sacudió de pie a cabeza…

¡Ahí estaba la carne asada!

Dio unos pasos atrás y se dejó caer pesadamente sobre la silla recordando que por extrema seguridad, usando un platillo más pequeño, había colocado la carne dentro de la olla de arroz.

- ¡Dios mío! ¿Qué monstruosidad pude haber cometido? Todo por un odio ciego y un egoísmo sin límite –Dijo con sumo pesar.

Un nuevo plan que alumbró la mente de Lelo lo hizo repentinamente cambiar de ánimo; tomó dos platillos equitativamente servidos con carne asada y arroz con potaje.

Se sentó en el piso de un rincón de la pequeña habitación, ubicando los platillos a su lado y con un gesto maquinal le hizo una nueva invitación al gato.

Mientras ambos compartían amistosamente los alimentos, unos pasos se escuchaban.

-¡Lelo! ¿Qué haces? ¿Estás embriagado?

-No Arfili; estoy sobrio y paliando el daño que pudo causar una ira ciega.

Proverbios 14:29 - El que tarda en airarse es grande de entendimiento; Mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad.

Escrito por Antonio J. Fernández

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