Llamada divina a su pueblo para que oiga

por **Evangelista** Sáb 13 Abr 2019, 5:03 pm

UNO DE LOS SENTIDOS…
que el ser humano tiene más embotado para percibir la voz de Dios es el "oído espiritual". Será por eso que la Biblia advierte y repite, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, sobre el prestar atención a lo que Dios dice:

"Oye, pues, oh Israel..." (Dt.6.3); "Si oyeres atentamente la voz del Señor tu Dios… y dieres oído a sus mandamientos…” (Ex.15.26); "Haced que os penetren bien en vuestros oídos estas palabras" (Lc.9.44); "El que tiene oídos para oír, oiga..."(Mr.4.9); "Bienaventurado el que lee y los que oyen..." (Apc.1.3), etc., etc. son una muestra de lo que decimos.

La razón de ese "embotamiento" se basa en el hecho de que el ser humano caído, por sí solo, no capta el mensaje divino que por distintos medios Él nos hace llegar. Eso lo expresó bien el Apóstol Pablo cuando dijo que, “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios (de Dios mismo), porque para él son locura y no las puede entender; porque se han de discernir espiritualmente” (1ªCo.2.14).

Por otra parte el "prestar oído", en la Biblia, lleva aparejada la idea de una disposición para obedecer a Dios; y si hay algo que caracteriza al ser humano caído –además de su profunda sordera espiritual- es que él no tiene tal disposición a la obediencia a Dios, salvo que Él le predisponga para ello. Así es cómo se produce el milagro. Así es que podemos “ver” y “oír” y entender las cosas espirituales. No hay otra forma:
“Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos y los oídos de los sordos se abrirán” (Is.35.4-6); “Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios.” (J.6.45)

Pero la insistente llamada divina a su pueblo para que oiga/obedezca lo que él ha dicho, es una seria advertencia para nosotros, a fin de que no dejemos de prestar oído a su voz dada nuestra tendencia a “cerrar” nuestros oídos para no oír y endurecer nuestra voluntad para no obedecer. De ahí el constante recordatorio: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Heb. 3.7-8,15; 4.7)
(Ángel Bea)